Siete semanas después de su
iluminación, el Buda dio su primera enseñanza para seres humanos en el
Parque de los Venados, cerca de Sarnath. Esta ciudad está situada a once
kilómetros de Benarés, un lugar muy sagrado para los hindúes, donde
queman a sus muertos y vierten los restos al Ganges. Allí llegaron hasta
él cinco buscadores, de la clase de personas que uno describiría hoy
como orientados hacía sí mismos.
Ellos pensaban en sí mismos, y
su meta era eliminar el sufrimiento propio. El Buda los había
impresionado mucho antes, durante su época de ayuno, pero como él había
fortalecido de nuevo su cuerpo, les pareció muy mundano y lo
abandonaron. Ahora lo veían sentado, radiante, y no les gustaba en
absoluto la fuerza que había desarrollado.
Pretendieron no verlo,
pero en su campo de poder no tuvieron alternativa y tuvieron que
preguntarle: ¿Por qué resplandeces de esa manera? ¿Cómo te volviste así?
Como respuesta recibieron los ascetas las Cuatro Nobles Verdades.
Éstas se expresan hoy en formas ligeramente diferentes en las distintas
escuelas del Budismo, y dicen más o menos así: “La vida condicionada es
sufrimiento.
Existe una causa para el sufrimiento.
Hay un fin para el sufrimiento. Y hay un camino que lleva a ese fin.”.
El que los primeros discípulos del Buda hubieran entrado a través del
sufrimiento y no de la alegría, y el que estas cuatro frases sean tan
fáciles de retener en la memoria, ha tenido consecuencias hasta hoy para
el Budismo vivo. A pesar de que siempre se representa al Buda
sonriendo, ya sea en cuadros o estatuas, a causa de estas afirmaciones
de sus enseñanzas, esperan, sobre todo las personas educadas, un lógico
pesimismo.
Por lo tanto, los sustentadores de su transmisión
viva, en la actualidad, tienen que luchar en contra de las
interpretaciones incorrectas de que sus palabras niegan la vida, y
mantener libre el camino para los seres alegres. Por ejemplo, esta
visión pesimista comúnmente se presenta cuando las personas se
encuentran con el término de Nirvana, el cual tiene dos aspectos, el del
logro de una paz mental o el de la iluminación, y que es traducido por
algunos eruditos con muchos títulos como “Apagar de un soplo”. Su
interpretación es que los budistas quieren caer después de la muerte en
una “nada”.
Considerando los cientos de millones de budistas
felices y activos que viven según la ley de Causa y Efecto y ven la
Reencarnación como evidente, esta interpretación parece superficial. Si
se malinterpreta el Nirvana como un simple desaparecer, no podría
lograrse el nivel de experiencia en meditación de la conciencia misma
como gozo intemporal e ilimitado.
Por eso es tan importante no
traducir con ligereza términos que expresan estados absolutos de la
mente, utilizando conceptos dualistas como por ejemplo las
clasificaciones usuales de “bueno” y “malo”, “ser” y “no ser”, sino
abrirse en cambio a la forma de pensamiento integral del “esto y lo
otro”.
Comprendidas en forma correcta, las Cuatro Nobles Verdades constituyen un marco útil para las enseñanzas del Buda.
Sobre ellas existen las interpretaciones más diversas, que han usado
como base, las corrientes budistas existentes a través de los siglos.
Aún cuando fueron originalmente enseñadas a personas que sólo pensaban
en su propia liberación, ellas pueden dar una dirección a la vida.
Las primeras palabras del Buda fueron: “Hay sufrimiento”. El que oiga
estas palabras por primera vez, probablemente piense: ¿Qué clase de
sufrimiento mundial es este, entonces? o ¿A quién le querrá vender este
cuento tan malo? Las religiones dramáticas entran en escena de una forma
completamente distinta y afirman: “Mi Dios es el único”, “Mi Dios es el
más fuerte” o “La venganza de Alá es despiadada e infalible”. Dichas
religiones le dan seguridad al débil, les da la ilusión que no hay
responsabilidad personal, lo cual no es posible, y les da el sentimiento
de ser parte de algo grande.
Visto desde una perspectiva más
madura, esta primera declaración del Buda contiene también, además de la
constatación general de que hay cosas dolorosas en la vida, unas
posibilidades inmensas.
Señala una dicha infinita.
Casi
todos olvidan la naturaleza condicionada de los fenómenos internos y
externos y sobre todo que las experiencias dependen de la naturaleza del
experimentador. Con seguridad no se requiere de un Buda para decirles a
las personas que hay días mejores y peores. Todos los seres parecen
estar conscientes de sus sentimientos, capacidad que es independiente de
cualquier otro talento que posean. En este punto, no se requiere de
ayuda. El Buda se vuelve necesario para señalar lo que las personas por
lo general no comprenden.
Sin el Buda, se perderían el espejo
radiante detrás de las imágenes, la conciencia intemporal y no
condicionada detrás de todas las cosas, la experiencia del gozo más alto
que es inherente a la riqueza de la mente, a la felicidad que abarca
todo y que es inseparable de la iluminación
“Hay sufrimiento” tiene
también el significado adicional de que uno puede confiar en la mente
que experimenta. Que al lado de la constante frescura de la iluminación
toda experiencia cambiante es estrecha. En comparación con el esplendor
del espacio ilimitado y consciente todo lo otro es sufrimiento, hasta
los momentos más preciosos de la exaltación o del amor, también la ola
más hermosa es menos satisfactoria que el océano mismo.
Por lo
tanto, la primera de las Cuatro Nobles Verdades del Buda no es una
pintura negra, como pudiera parecer ante una mirada superficial, o
incluso como piensan muchos budistas educados del mundo, sino algo muy
sublime: quien nos señala que nuestra mente intemporal es más perfecta
en sí misma que todos sus juegos pasajeros nos hace ilimitadamente
ricos.
La segunda Noble Verdad del Buda dice: “El sufrimiento
tiene una causa”. Pero, ¿Cuál? El Buda conoce aquí sólo a un
responsable: la ignorancia fundamental de la mente no iluminada. Ella
influye en el cuerpo y el habla, y mantiene alejados a los seres de la
felicidad por la que tanto se esfuerzan. ¿Cómo explica también el Buda
las experiencias cambiantes de los seres? A causa de la incapacidad de
la mente no entrenada para percibir que el que ve, lo visto y el ver
están mutuamente condicionados y son aspectos de la misma totalidad,
aparece la vivencia de la dualidad. El sentido de todas sus enseñanzas y
de cada meditación budista es el ayudarnos a salir de esta ilusión.
Hasta el momento de la Iluminación la conciencia funciona como un ojo:
nota los acontecimientos externos e internos, pero no se reconoce a sí
misma. En realidad es muy extraño. Uno puede ser consciente de tantas
cosas, percibir tamaño, longitud, forma, sabor, color o peso de todos
los objetos, y tomar muy en serio los pensamientos y emociones
pasajeras, pero muy pocos perciben al experimentador de las cosas, y se
pierden el gozo intemporal que es la esencia de la mente. Uno sabe
bastante sobre las apariencias, pero nada sobre el que las experimenta.
Esta incapacidad de reconocerse a sí misma, que ha existido siempre y
que por lo tanto no tiene principio, es el fundamento del mundo
condicionado, la causa de todo sufrimiento.
Como consecuencia de un
campo visual así de restringido, aparece inevitablemente una visión
dualista. No se experimenta la totalidad de la mente y sus cualidades
principales se experimentan como separadas. Uno experimenta entonces su
capacidad para la percepción, que es igual al espacio, como un “yo”, y
lo experimentado, lo que aparece en ese espacio, se convierte en un
“tú”, o sea en el mundo exterior. A pesar de que todo lo que aparece
cambia continuamente y sólo tiene una existencia condicionada, se piensa
que las apariencias pasajeras son reales y separadas del
experimentador. Este error de consecuencias graves es designado en las
enseñanzas del Buda como la ignorancia fundamental. Ella es la causa de
todos los estados perturbadores. La separación que se experimenta entre
un “yo” y un “tú”, un “aquí” y un “allá” conducen a dos sentimientos
adicionales: apego como el intento de mantener lo agradable, y aversión
como el esfuerzo por rechazar lo desagradable. Pero éstos no están
solos. Con el apego aparece la avaricia, lo que se quiere se mantendrá
para el futuro. A partir de la aversión se desarrolla la envidia, donde
nos desagrada la felicidad de los otros. Finalmente, la ignorancia
conduce al orgullo excluyente, que no produce ninguna satisfacción:
compitiendo con otros en el escenario resbaladizo de la fama, la
juventud, la riqueza o la belleza, uno solo puede perder, desperdiciando
tiempo y tornando pobre y estrecha a nuestra vida . Sentirse mejor que
los demás hace que uno por definición siempre esté en mala compañía, por
lo que es difícil compartir alegrías de forma espontánea ya que siempre
hay que observar quién es ahora mejor o peor.
Estas seis emociones,
que surgen en la mente desde su ignorancia fundamental, pueden
combinarse de 84.000 maneras distintas. A pesar de que cambian
constantemente, los no meditadores las toman muy en serio. La mente no
entrenada es incapaz de reconocer que antes no estaban allí, y que más
tarde tampoco estarán, que cambian en el mismo instante que transcurre, y
que por lo tanto ahora sería estúpido obedecerles.
De esta forma
se embarca uno completamente en ellas, les regala su mente, su habla y
su cuerpo y siembra así constantemente nuevas semillas de sufrimiento y
confusión en el propio depósito de la conciencia y en el mundo. Aún
cuando las emociones perturbadoras no se reconocen como tales, sino que
se sienten como naturales y justas, producen problemas.
Sin embargo,
si se cometieran actos de fuerza e incluso violentos con la mente clara
y con el deseo de ayudar a otros, traerían consigo seguridad y buen
karma.
Pero si uno no tiene esa claridad y motivación, lo mejor es
meter las manos muy hondo en los bolsillos y las deja ahí. Cuando como
consecuencia del comportamiento cargado de emociones perturbadoras
aparecen obstáculos internos y externos, casi todos piensan que los
demás son los culpables de ellos. Se olvida que uno mismo ha creado sus
causas. Luego se hacen, dicen y piensan cosas perjudiciales que conducen
a nuevas dificultades. Este círculo de causas y efectos sin fin, en el
que están todos los seres que no captan simultáneamente la conciencia
intemporal detrás de los acontecimientos, se llama en tibetano Khorwa y
en sánscrito Samsara. Significa la rueda de la existencia condicionada.
Las religiones de creencia no son muy convincentes en este ámbito, pues
por lo general dioses externos imposibles de encontrar determinan el
destino de las personas, o ellas se imaginan que la causa de sus
sufrimientos es algo fundamentalmente malo, una especie de
mega-turbo-diablo oliendo a azufre. Para el Buda no puede existir de
ningún modo algo completamente malo, puesto que todo lo que uno irradia
hacia afuera se le devuelve, y algo totalmente malo se destruiría a sí
mismo. En las religiones de experiencia y sobre todo en el Budismo, cada
ser es responsable de sí mismo.
No existen ni la presión social ni
la moral. Como todos desean ser felices, las acciones dañinas y sus
consecuencias desagradables provienen de la estupidez y la falta de
madurez, que de una maldad inherente. Incluso dichas acciones pueden ser
eliminadas o transformadas en sabiduría antes que se conviertan en
dolor. El Dharma ofrece la visión y los métodos para controlar, eliminar
o incluso transformar las causas de cualquier problema por venir.
Uno solo tiene que aprender, antes de actuar, a prolongar el momento en
que puede decidirse por un comportamiento consciente y significativo que
evite el sufrimiento. Para esto el Buda da muchas indicaciones. Sus
enseñanzas son métodos acertados para llegar a conocer la mente. Así
puede reconocer uno oportunamente las causas del sufrimiento y evitar su
aparición.
La tercera Noble Verdad del Buda de hace 2450 años
entusiasma hoy sobre todo a los occidentales. Justamente algo así nos
abre el corazón. Él afirma, con valentía y en completo ejercicio de su
poder, haber alcanzado la meta definitiva de la iluminación. Lo que
estos cinco buscadores oyeron, fue su promesa simple: “Hay un fin para
el sufrimiento”, un estado perfecto que él mismo experimentaba
incesantemente. Por primera vez en la historia había algo real y
perceptible a lo que uno podía aspirar, un refugio intemporal y
verdadero para todos.
Y el Buda no debía ser el único en tener esa
suerte. Los seres humanos que desde ese tiempo hasta hoy han vivido de
acuerdo con sus enseñanzas y mediante su visión y sus consejos relativos
a la meditación, han llegado a conocer su mente, confirmando una parte o
la totalidad de sus conocimientos supremos.
Desde su Iluminación,
el Buda mostró sin cesar la experiencia última de la mente: su
naturaleza es espacio carente de miedo y omnisciente, y su expresión, el
más alto y continuo gozo. A partir de ese nivel, cada acto expresa una
compasión activa que no separa y que mira al futuro, que apunta más a la
visión amplia de las causas que al corto plazo de las consecuencias.
Sin el concepto disociador de la realidad del “uno” que hace algo por
“los demás”, la mente es como un sol que brilla por sí mismo.
En
Sarnath, donde aún hoy hay una estupa que se ha deteriorado desde
entonces, todavía se celebra el acontecimiento donde el Buda comparte su
:
cuarta Noble Verdad:
hay caminos para el fin del
sufrimiento, hay un camino hacia la iluminación. Dio la orientación
general para sus enseñanzas, la misma ha sido transmitida desde entonces
por incontables maestros en representación suya. La promesa fue: “Hay
un camino que conduce al fin del sufrimiento”. Éste consiste en el uso
de métodos cuya validez es intemporal, y que tienen su punto culminante
en las meditaciones que desarrollan y benefician completamente el
cuerpo, el habla y la mente. Rodeado siempre de eruditos talentosos, él
transmitió durante 45 años las 84.000 enseñanzas que desde entonces
están disponibles para cada persona según su deseo y capacidad.
Las
enseñanzas del Buda empiezan simplemente con causa y efecto, se
desarrollan durante la construcción de una rica vida interior y se
logran mediante la visión pura que permite convertir cada vivencia en un
espejo para la mente.
Thuk Je Che Tibet
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